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Mostrando entradas de febrero, 2014

El colegio

    Mis primeros años escolares los cursé en la etapa de Preescolar, en unas aulas que había en el barrio inglés de Bellavista en Riotinto, en las cuales mi tía Lucía era maestra.     Recuerdo que en aquellas aulas aprendíamos pronto a leer, de forma que, cuando entrábamos en primero de EGB (Educación General Básica), ya podíamos entender textos completos al tiempo que los leíamos en voz alta. No recuerdo el nombre de aquellas maestras tan amables que nos guiaron por el mundo de las letras y los números, pero les agradezco enormemente su labor de entrega.     De aquellos años tengo varios recuerdos. Uno de ellos es el siguiente: para ir hasta Bellavista mis padres me montaban en un autobús con el que aún sueño de vez en cuando. Al bajarme de él una mañana, me caí y me golpeé en la cabeza, pero no le di importancia. Mis padres me castigaron aquella tarde por alguna trastada obligándome a dormir la siesta. Entonces empecé a llorar porque me toqué la cabeza y

Mis abuelos

--> A la memoria de mi tía Alicia.     Raro es el día en el que no me acuerdo de ellos, a pesar de que hace tiempo que murieron.     Mis abuelos paternos se llamaban José y Soledad. A él no llegué a conocerlo, ya que murió cuando mi padre era joven, mucho antes de que se casase con mi madre. Sin embargo, intuyo que en mí hay rasgos de personalidad de mi abuelo José, transmitidos a través de mi padre. Por eso, creo que las personas fallecidas no terminan de morir del todo, pues en nosotros queda parte de su esencia.     Mi abuela Soledad era la bondad personificada. Vivió con mi tía Lucía, hermana de mi padre, en Riotinto y más tarde en Sevilla. La recuerdo siempre con su risa que contagiaba alegría a los demás, a pesar de los tiempos tan difíciles que tuvo que vivir en la época posterior a la guerra civil y a pesar de su vejez llena de dolores.     Se nos fue hace ya unos años, un día de invierno lluvioso y gris, mientras dormía. A ella le dediqué un poe

Mis primeros escritos

    Como resultado de mi interés por la lectura surgió en mí el deseo de escribir, de intentar producir en otras personas con las palabras el mismo efecto maravilloso que en mí provocaban los libros.     Mis primeros escritos fueron recopilaciones de citas y refranes. Empecé a coleccionarlos una tarde en que escuché en la radio de mi cuarto un proverbio chino que me pareció una revelación: “Quien no sepa sonreír que no vaya a abrir tienda”.     Con un cuento un tanto melodramático y triste, titulado “Historia de dos jóvenes”, gané un premio de literatura que organizó el instituto de Nerva. Creo que quedé en tercer lugar. Me dieron cinco mil pesetas de premio, lo cual me hizo creer erróneamente durante un tiempo que podía realmente dedicarme a vivir de mi literatura.     A aquel premio me presenté con un seudónimo (“Clavero Martínez”), ya que había descubierto recientemente el del escritor Leopoldo Alas (“Clarín”) y me parecía original esconderme

Los libros

    Curiosamente, a pesar de que en mi infancia me convertí en lector empedernido, no recuerdo muchos libros de aquella etapa.     Mi recuerdo más antiguo de un libro es el de uno que tenía unas ilustraciones preciosas en las que aparecían unos patitos. Seguramente era un libro de cuentos infantiles. Aquel libro no volví a verlo nunca más.     Creo que mi afición a los libros se vio alimentada por el hecho de que yo era un niño ensimismado, muy atento a mi mundo interior pero terriblemente despistado.     Los tebeos fueron para mí un aprendizaje de la lectura. En la escuela completábamos dicho aprendizaje con libros que poco a poco, conforme avanzábamos de curso en curso, iban teniendo más texto y menos ilustraciones.     En mi casa recuerdo haber leído, por mandato de mis maestros, Tom Sawyer , el Lazarillo de Tormes , el Cantar de Mio Cid ... Aún conservo algunos de esos libros y de vez en cuando releo las hojas amarillentas del Lazarillo . Éste

La televisión de antes

    En mi infancia sólo había dos canales de televisión, los cuales emitían en dos bandas distintas (UHF y VHF), pero los programas eran de gran calidad.     En aquella época las emisiones tenían una calificación por edades representada por unos rombos blancos: si aparecía un rombo, el programa era indicado para mayores de catorce años; si aparecían dos, sólo para mayores de dieciocho.     La televisión sólo existía durante el día, ya que de noche no había señal.     De chico me encantaban los dibujos animados, aunque no los echaban a todas horas como hoy en día. La sesión de dibujos semanal era la de los sábados por la mañana. Había muchos programas infantiles en aquella época: Sabadabadá , La bola de cristal ...     Más tarde empezaron a gustarme otros programas como, por ejemplo, las series: Superagente 86 , Orzowei , Sandokán , Verano azul , Pippi Calzaslargas, Kojak ...     Un clásico de aquella época era el concurso Un, dos tres... respon

El bloque de vecinos

    Dos niños que eran hermanos en la tercera planta con quienes no nos llevábamos precisamente bien, un gallego que vivía en aquella misma planta, una vecina del primero que no nos dejaba a los de la pandilla jugar al baloncesto con unas vigas exteriores de su terraza que hicieron las veces de canastas, la entrañable viuda de debajo de nuestro piso con su carga de vástagos, las bellas mellizas y su hermana... Un conjunto de nueve familias, tres en cada planta, imitación del universo era el bloque de vecinos en el que viví de niño.     El nuestro era el segundo bloque (de un total de cuatro) de los pisos Estrella, llamados así por su forma de estrellas de tres puntas.     Tenía el bloque una entrada grande en la que mi hermano y yo jugábamos al fútbol con una pelota de tenis, utilizando como porterías los huecos de unos maceteros, con el consiguiente enfado de una vecina desesperanzada por nuestros gritos.     En aquella entrada había un cuarto de l

Sevilla

   Sevilla, la gran ciudad, era una referencia lejana para el niño que yo era. De allí venían a nuestras casas las novedades: los libros, la ropa en época de rebajas, los primeros ordenadores (el Commodore, el Amstrad, el Spectrum...). Estos últimos llegaron a casa de mis amigos, no a la mía, a mi pesar.     A Sevilla había que viajar en caso de enfermedad, y como yo fui un niño con muchos problemas de salud tuve que ir con mis padres allí varias veces. Para mí el recuerdo de Sevilla en mi infancia está asociado al paso por diferentes salas de espera de distintos especialistas médicos.     Pero también me acuerdo de una cara más amable de la ciudad. Mis tíos Waldemiro y Lucía se mudaron a Sevilla y recuerdo haber estado muchas veces con ellos y mis primos en su casa de Nervión. Llegué a quedarme alguna noche allí, lo cual me encantaba. Mi primo Waldi era de mi edad y para mí era una referncia importante: al vivir en la ciudad, estaba más fogueado que el niño de

Mis trastadas

   Creo que de chico no hice demasiadas trastadas. Posiblemente otros (sin señalar a nadie) me ganaron en ese terreno, lo cual no significa que yo fuese un santo varón.     Pero alguna trastada que otra sí que hice.     Por ejemplo, con un amigo cuyo nombre no diré (se dice el pecado pero no el pecador) me dediqué toda una mañana a tirar petardos por el pueblo. No obstante, él fue aún más lejos que yo: vio la puerta abierta de una casa, entró en ella y tiró un petardo que explotó en el salón al lado de la dueña de la casa, una ancianita. Espero que ella tuviese el corazón a prueba de sustos.     Mi naturaleza no me inclinaba a la maldad, pero la influencia en mí de ciertas personas cercanas obró en mí el deseo de gastar pesadas bromas.     Mi hermano y yo tomamos a mi hermana Lucía, la más pequeña de los cuatro, como diana de nuestros dardos. Cuando, por ejemplo, mi madre bajaba por las tardes al piso de la vecina de abajo y nos dejaba solos a los niñ

Las enfermedades

    Asma, alergia, pies cavos, gafas, ortodoncia, pies de puntillas que requirieron una operación, descalcificación en un hueso del pie por la cual me tuvieron que escayolar...     Fui, en definitiva, un niño imperfecto, con tantas debilidades que mi historia clínica parecía no tener fin.     Lo peor, sin duda, fue el asma. Era terrible la sensación de no tener aire suficiente en los pulmones para poder respirar y no poder descansar bien por las noches.     Recuerdo una vez, en la playa, en la que me desperté casi asfixiado, con pitos en el pecho. Mi madre se vino conmigo a la terraza y allí estuvimos viendo los barquitos del mar, pequeñas luces lejanas en la minúscula luz del alba.     Me tuvieron incluso que llevar en dos ocasiones al antiguo hospital de Riotinto (hoy Museo Minero) para darme oxígeno.     De niño yo quería ser médico, pero al ver una pequeña operación de cirugía plástica en la televisión me mareé y ello supuso el fin de aquella