Por recomendación médica, con
idea de que respirase un aire más limpio que aliviase mis ataques de
asma, mis padres decidieron enviarme con mis abuelos maternos (Manuel
y Antonia) a la casa que tenía un tío mío, Juan (q. e. p. d.), en
Fuenteheridos, precioso pueblo de la sierra de Huelva.
Creo recordar que estuvimos los
tres allí una semana, posiblemente en unas vacaciones de Semana
Santa.
El
tiempo era ya bueno y mi abuelo y yo salíamos por la mañana al
campo a buscar poleo, romero, menta y otras plantas aromáticas que
luego colocábamos en las habitaciones para que difundiesen sus
aromas.
Mientras íbamos de excursión,
mi abuela se quedaba cocinando en la casa. Ésta era grande, quizás
de dos plantas. Estaba al lado de la plaza de toros del pueblo, que
era una vieja construcción de muros de piedra.
No
recuerdo bien aquella vivienda de mi tío, pero sí tengo en la
memoria un gran patio en la parte de abajo al lado de un cuartillo
lleno de chismes que despertaron mi curiosidad.
Visité en otras ocasiones la
sierra con mis padres: Jabugo (donde teníamos y aún tenemos
familia), Alájar y su famosa Peña de Arias Montano, Aracena y su
gruta...
No
obstante, creo que aquellos días felices en Fuenteheridos con mis
abuelos fueron el origen de mi amor por aquella sierra, hermoso
jardín natural hecho para el deleite de los sentidos, espacio ideal
de mis recuerdos infantiles.
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